El otro día estaba dentro de esos días en los que mi estrógeno hacía de las suyas.
Mi psique tenía subidas y bajadas cual montaña rusa de las emociones. Pasé del odio puro hacia mi cuerpo y mi persona; deseándome la muerte súbita en cuanto parpadeara, a la más exultante euforia.
La espiral de sentimientos contradictorios no quedó ahí, pues más tarde vino él de su jornada laboral y, a la mínima, sacaba yo esa voz de pito chirriante que tengo cuando estoy quejicosa. A cualquier cosa que me decía le contestaba con desdén y enfado. Sin él tener la culpa, claro.
Seguí por un estado de cansancio, de pasotismo. No quería oir a nadie, quería dejar de oir a mi yo de hace unos instantes con sus contínuos insultos y desprecios hacia mí.
Empezaba a ser consciente de lo que había estado pasando instantes atrás. Y el cansancio dió paso a la culpa y la redención de sus besos. Quería que me perdonase, que perdonase a aquella furcia que le había tratado tan mal nada más llegar del trabajo. Él, como siempre, complaciente me besó en nariz, boca y frente, sellándolo con un "Te quiero, sé que te pasa. Déjalo estar".
¿Sabes cuando estás a punto de llegar a un sitio que pese a que no lo veas físicamente, sabes que estás llegando ya que has pasado tantas veces por ahí que te suena? Pues en ese momento me encontraba, abrazada bajo la ducha con él mientras se oía en el altavoz This years love de David Gray y tranquilizando mi interior. Mis niveles de estrógeno volvían a su cauce (No sé si esto puede ser cierto).
El radiador daba calor a tope, afuera del lavabo hacía frío. Y en la calle ni te cuento.
Salimos de la ducha, nos secamos y me volvió a besar la frente desapareciendo tras la puerta del baño. Dijo que se encargaba de la cena. Mientras me ponía mi crema hidratante y me secaba el pelo, pasé al estadio de volver a ver la luz. De darme cuenta que no soy tan desafortunada como me pienso a veces. Tengo a la mejor persona del mundo a mi lado. Una familia que me quiere. Y unos amigos que pese a que tengan sus cosas, puedo contar con ellos en cualquier instante.
Terminamos la noche riéndonos en la cama a pura carcajada, llenando nuestros pulmones de aire para soltar bocanadas de felicidad sonora. Quería (queríamos) despertar a todos los vecinos y demostrar que soy feliz y que sí, me tenía que venir la regla.
vía : love&live
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