Después de pasar más de dos semanas con el cielo gris-oscuro y amenazando lluvia a todas horas (sus amenazas de cumplían a raja tabla), he podido ver el sol. He podido sentir por fin su calor, rozándome mis mejillas hinchadas de hoy por culpa de la falta de sueño.
Por aquella pequeña ventana blindada de 20x30, tan solo podía ver serenidad, paz, un sol radiante, atlético y dando toda su luz como si hoy fuera su último día. Debajo de mis pies, cumunolimbos espesos y grises encapotando las ciudades que sobrevolaba. Fue entonces cuando quise aprender una pequeña lección que hacia tiempo que no tenía en cuenta.
Y es que "siempre sale el sol", a pesar de que haya nubes o me levante con mi pelo like a mess, la casa sin recoger y con mil historias revoloteando en la cabeza. Siempre hay que ver la luz al final del túnel. Ser fuerte y levantarse con una sonrisa todos los días de tu vida. No importa que subas la persiana y veas que llovizna ahí fuera, debes mirar más allá. Siempre.
Últimamente la vida me está dando más bastos que oros, pero debo tomármelo como algo constructivo. La vida está para saborearla, aprender con los errores, reírte de ti misma, salir de casa con la sonrisa puesta, besar y decir lo mucho que quieres a tus seres queridos... ¡Quién sabe qué puede pasar más tarde!
Creo que estoy creciendo, y me está gustando muchísimo el poder tener esa oportunidad de aprender cosas nuevas cada día, y sobre todo al lado de la persona que más me ha enseñado y ayudado (sin contar mis padres, of course).
¡Mañana más y mejor!
0 comentarios